Mis amigos

Traductor

martes, 8 de mayo de 2012

RETAZOS DE UNA INFANCIA






La playa.

¿Qué os sugiere a vosotros?

Un lugar paradisiaco, arena fina, horizonte azul, tranquilidad, paz, intimidad… Algo así, ¿verdad?

Pues a mí me recuerda a mi infancia, madrugones para plantar la sombrilla en primera fila, niños corriendo por doquier haciendo saltar la arena, cargarte de bártulos como si hicieras una mudanza, un autobús con gente sentada hasta en el pasillo.

Recuerdo que sólo íbamos para pasar el día, pero aquello más bien parecía un movimiento migratorio en toda regla. Una corriente de sombrillas, sillas, mesas, neveras, una masa de gente sudorosa, pringosa y brillante a causa del protector solar. “Para un día que vengo no me voy a quemar”, decían todos.

La aventura por coger el sitio más cerca de la orilla, eso sí que daba gusto verlo, no necesitábamos  pistoletazo de salida, nos agolpábamos en las puertas del autobús y la carrera empezaba cuando éstas se abrían.

La hora de la comida era digna de ver. No faltaba de nada, más bien lo contrario. El del chiringuito, nos miraba con odio, rencor, puñales lanzaban sus ojos, ¡pobre hombre!, éramos su ruina.

Después de comer: al agua, había que aprovechar,  ese día no se respetaba lo de las dos horas, no había tiempo que perder. Directamente nos decían: “métete con el último bocado, así no se te corta la digestión”. Pensándolo bien, me gustaba ese día,  no te machacaban con el “lávate los dientes”, no se oía un “siéntate bien a la mesa”, ni “recógete el pelo” o “lávate las manos”. Era el día sin normas, silvestre, natural, salvaje.

Llegada la hora de marcharnos de allí, recogíamos con una rapidez pasmosa, parecíamos un campamento indio abandonando la reserva en extrañas circunstancias. Una vez de vuelta en el autobús, parecía que veníamos de hacer instrucción, agotados, más sudorosos, más pringosos y sobre todo, rojos coloraos, salmonetes, por mucho producto que te hubieses puesto, siempre pasaba lo mismo: volvíamos quemados. La frase más escuchada esos días era “no me toques que voy quemao”.

Lo mejor era por la noche, después de una ducha de agua dulce, tu madre te ponía paños de vinagre, para sacar el sol, me decía. Mis protestas no la enternecían y terminaba siendo una ensalada aliñada. Aquello emanaba un olor...

En los días posteriores, era un dilema vestirse, jugar, recibir algún que otro balonazo… Vaya problemas los de entonces, comparados con los de hoy, ¿ no?

Hablando de jugar, teníamos varios sitios donde hacerlo, en la calle o la calle, así que lo hacíamos en la calle. ¡Claro!, imaginaos cuando en casa te preguntaban: nena, ¿dónde vas?, y tú inocentemente contestabas: ¡a la calle!. Ahora a tu edad no lo dirías tal que así, como si salieras a la misma con otros menesteres.

Pero en aquella época era distinto. En vacaciones te pasabas el día en la calle, jugando, gritando, parecíamos un rebaño en medio del monte, desperdigados por doquier. Una cosa, eso sí, la hora de la siesta era sumamente respetada, ya sea porque el “tío del saco“, trabajaba a esa hora llevándose a los niños que estaban solos en la calle, o porque a nuestros mayores no les gustaba que se les diera la tabarra debajo de su ventana.

De una forma u otra la hora de salida o de quedada como se dice ahora, era a las 5 en punto, hora del té para los ingleses, conseguíamos que con nuestros gritos y nuestras risas llenáramos de vida todos los rincones del pueblo. Se podía decir que éramos el hilo musical del barrio. Aunque claro está, no todas las vecinas estaban de acuerdo, siempre había alguna que te mandaba de una forma poco sutil a tu puerta a tocarle no sé qué a tu padre y a darle el follón a tu madre. ¡Qué delicadas!

Las noches de verano, las recuerdo en un espacio abierto, ¡exacto!, en la calle. Pero a esas horas estábamos más relajados y nos sentábamos en una “barbacana”, como se le llaman en mi pueblo. Allí nos reuníamos para echar unas risas contando alguna anécdota como siempre engrosándola con ahínco para hacerla más inverosímil,  algunos chistes o simplemente para pasar las cálidas noches del estío.

Indiscutiblemente recordando aquellas vivencias, una no tiene más remedio que soltar una sonrisilla picarona y pensar en los recursos que tuvimos los de aquella época para pasar las largas horas del verano, porque ¡vaya mentes pensantes las de entonces!, ideábamos cada cosa que ya, ya… Un día nos lanzábamos por la cuesta más empinada en una tabla de madera enjabonada por su parte posterior, otro nos íbamos de excursión al cabezo, lo de llenar globos de agua era la más diaria, y la pelota, esa dichosa bola que ahora odio tanto, entonces era como una extensión de mi brazo. Infancia, todos hemos pasado por ahí.

 Y luego empeora.


                                                                                                                                                                 

10 comentarios:

  1. ¡Lo que disfrutábamos! En las noches de verano, organizábamos cacerías de salamanquesas, que se quedaban en las paredes cerca de lo que llamábamos "farolas" y que no eran otra cosa que bombillas normales y corrientes. Nuestras armas artesanales eran tablas con pinzas de la ropa y los proyectiles, bandas de caucho. Efectivamente, luego empeoró. No en todo. En algunas cosas mejoró.
    Buen texto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Éramos cazadores natos y ahora..., cazando moscas nos vamos a quedar. Gracias

      Eliminar
  2. Es cierto. El recuerdo de la infancia va de la mano a la larga temporada del verano, a poner el ventilador para poder dormir, a quemarte y pelarte (qué barbaridades las de aquel entonces!), a escuchar "ya fumarás cuando seas mayor"...

    ¡Cómo ha cambiado el cuento! Por supuesto que luego empeora, sobre todo porque nunca será lo mismo, ni para nosotros, ni para nuestros hijos...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso es, nunca será lo mismo. Pero eso está ahí, nos pertenece, y creo que no la cambiariamos por ninguna otra infancia. Muchas gracias, tocaya!.

      Eliminar
  3. ¡Qué lindos recuerdos!, yo no iba de pequeña a la playa con mi familia pero imagino la escena y me encanta... besos!!

    ResponderEliminar
  4. Estoy segura que tendrás otros recuerdos igual de bonitos. Muchas gracias, Maite!!. Besos.

    ResponderEliminar
  5. Que bonito es recordar aquellos años en los que la vida parecía estar libre de complicaciones y problemas, aunque seguro que dentro de nuestra cabecita infantil, también teníamos nuestros problemas propios de la edad...

    Yo el primer recuerdo que tengo de la playa fue cuando vi el mar por vez primera. Tenía seis añitos.

    El tiempo pasa indiscutiblemente pero al menos los recuerdos perduran en nuestra memoria.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Gracias luchadora!!. Mirando atrás los problemas eran propocionales a nuestra edad, los recuerdos nos acompañan a lo largo de nuestra vida y el mar o la playa, es un placer contemplarl@, siempre nos trae algún bonito recuerdo. Saludos.

    ResponderEliminar
  7. ¿Que me vas a decir de la playa,amiga, a un coruñes como yo...? Buff, recuerdos?..en mi caso entorno...si no salía de allí...
    Aún llevo su olor, como diria Serrat. Claro que sí; el mar hay que conocerlo de niño, si se puede; así, con los recuerdos se aprende a amar las cosas.
    Buen texto,amiga, y bella nostalgia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La Coruña, no me digas más amigo Castelo, !!!, buenos recuerdos entonces. Yo los tengo en las cálidas playas murcianas, ainsssss!. Gracias y un abrazo.

      Eliminar

Toda imagen tomada de la red será retirada si el autor así lo solicita.

Gracias por danzar conmigo.