miércoles, 23 de enero de 2013

BAJO EL ESTANQUE


Caía la tarde y los últimos rayos de sol jugaban a filtrarse en el estanque. El cansancio de aquel paseo vespertino me obligó a sentarme en su borde. El ajetreo del agua, junto con  aquellos reflejos solares, captó mi atención, dejándome sumido en una especie de hipnosis temporal.

Un movimiento en el fondo me despertó de aquel letargo, creí ver un pez. Volví a fijarme en el efecto espejo que hacía con el entorno. Esta vez fue más lento, una especie de culebrina, ahora sí, en el fondo, lo vi claro.

Me incorporé algo sobresaltado y me incliné poniendo mis cinco sentidos a cualquier movimiento que pudiera aparecer. ¿Qué era aquello? La intriga se apoderó de mí.

Pasaron segundos, no más, pero la espera me pareció eterna. Mis ojos clavados en el asiento del estanque, sin apenas cerrarlos para no perder detalle. Mi musculatura tensa, inmóvil.  Intenté controlar la respiración y no hacer más ruido de lo imprescindible. El silencio envolvió el lugar y entonces ocurrió.

No parecía animal acuático,  no era una planta,  se fue acercando a la superficie y sucedió: un parpadeo.

Sí, era un rostro de mujer. Desapareció como un suspiro. Pero su rostro marmoleo quedó grabado en mi subconsciente. Me giré para comprobar si alguien más había apreciado ese cambio en el agua. De pronto me encontré solo en aquel lugar.

Volví a mirar hacia la profundidad, estaba fascinado por aquella visión. ¿Era yo o era el estanque? En esa tesitura me encontraba cuando la vi nadar en el fondo, venía hacía mí. No hay duda, -pensé- existe y está aquí. Un cuerpo hermosamente desnudo, unas facciones dibujadas con caprichosa belleza, unos movimientos ondulantes y acompasados, todo en conjunto me llamaba desde esa hondura.

Cerré los ojos y me dejé llevar hechizado por esa voz. Sus brazos extendidos reclamaban mi presencia a su lado, el movimiento de su pelo producía un efecto hipnótico en mi mente delirante. No sé si ella me agarró o simplemente por pura decisión, me adentré en el agua.

Me sumergí tras ella, dejé que cogiera mi mano e hiciera de guía. No sé dónde me llevaba, ni con qué intención hacía lo que estaba haciendo. Simplemente la seguí. Caminamos sobre un lecho lleno de coloridas flores, llegamos hasta una especie de templete, en su centro se encontraba una peana. Supuse que ese era su lugar.

Habló y su voz sonó hermosa, tanto como toda ella. Me contó una historia, la de  cómo llegó hasta el fondo del estanque. Me señaló justo el lugar donde me encontraba sentado. Desde el suyo puede observar a todos los caminantes. Ella sólo será vista si así lo decide. Y me pidió un favor.

Sí, acepté. Desde entonces, vivo bajo estas aguas, sobre un pedestal en este mirador, viendo sin ser visto. A la espera de esa persona que como yo, quiera cambiar su mundo por una leyenda.

P.D.- La foto es de mi autoría. Lago del espejo, Monasterio de Piedra, Zaragoza. Y no, no está al revés.

sábado, 12 de enero de 2013

OBEDIENCIA


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 -          Mírame cuando te hablo.

No contestes hasta que yo te lo diga.

No te muevas.

Eres igual que tu madre.

Limpia todo esto. ¿No eres capaz de contener tu esfínter mientras te hablo?

Ve al sótano y diles a tu madre y a tu hermano que vengan. Quiero hablarles.

Un día de estos me vais a matar.

¡Vamos, obedece!

Adelita, limpió su nariz ensangrentada con el dorso de la mano. Avanzó por el largo pasillo con una frase martilleando en su cabeza, quemando en los oídos.

Llevó sus pasos hasta la cocina. Cogió un cuchillo tan grande como el odio que profesaba hacía él.  Lo clavó en el pecho, mirando fríamente a los ojos de su progenitor, a la vez que musitaba: - Sí, papá.

martes, 1 de enero de 2013

POR UN BOURBON



 Te busqué en el fondo de un vaso de bourbon y te encontré al final de la barra. Me atravesaste con tu verde mirar, el dibujo de tu sonrisa me pilló desprevenida, un gesto con la cabeza a modo de saludo me dio la señal de que eras tú: Mi pareja.

Sin dejar de mirarme fuiste restando pasos y sumando deseos. Me diste un nombre tan falso como tu halago sobre mi vestido. No me importó, mi trofeo eras tú, no tu alias. Yo te regalé la esperanza de que tal vez hubieras tenido suerte, dejé que creyeras que era yo la caza de esa noche.

-Otra ronda para la rubia del vestido añil. Te oí vocear a mi confidente de turno.

El color de mi pelo te hizo resbalar. Rubia y sin cerebro, fue lo primero que pensaste. Cerré la boca, mejor me tomo la invitación y te cuento luego. Pagué con risas falsas todas tus palabras. Te hice pensar que al primer guiño acabaría tomando el sol de la mañana entre tus sábanas. Permití que tus manos rozaran mis muslos, ellas disimulaban su trayectoria mas yo sabía de tus intenciones.

Fueron ganando terreno, salvando obstáculos, recorriendo piel, dibujando trazos hasta llegar a mis ingles. Me bajé de aquél taburete y, cogiendo tus manos, te obligué a que me siguieras hasta la pista de baile.

-Tus manos bailan bien, veremos cómo lo hacen tus pies. Susurré a uno de tus oídos.

Sonrisa pícara por respuesta. Un cálculo nos acompañaba: superada la prueba, podías pasar la noche en mi lecho.

Te plantaste ante mí con desenvuelta pose, una mano sobre mi cintura y la otra apretando la mía propia. La música sonó y tus ojos me dieron la entrada. Mis pasos tras los tuyos, giros y vueltas que siempre acababan frente a tu mirada. Las notas se seguían unas a otras como una incesante lluvia. Nos envolvía la melodía y nos dejamos enredar por aquel canto.

Antes de que acabara la noche ya sabía que aquel día lo recibiría al abrigo de tus brazos. Como en los Ferrero Rocher, pero sin bombones, con tus acertados pasos me conquistaste.

Como almas de tango nos encontramos para acabar siendo almas de bolero.