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domingo, 31 de marzo de 2013

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS


Llego tarde, más que tú cuando  lo hacías en clase y entrabas acompañada de ese misterio que te hacía tan especial, ocupando el último sitio al final del aula. Yo vigilaba tus movimientos con ese disimulo que disfraza la chulería adolescente. Notaba cómo te escapabas por la ventana, siempre me pregunté hacía dónde viajabas. 
Percibía cómo tu pelo ocultaba tu rostro, tu timidez, tu lánguida mirada. Esa manera de caer sobre tu frente, en desordenada cascada. Me detenía en tu boca sellada, escondiendo sonrisas, palabras, sonidos… Me obsesioné con tus manos, las veía pequeñas para tu edad, frágiles, escondían secretos, siempre lo supe.

Hoy te echo de menos, te busqué al final de la clase. No estabas. Miré el reloj y después a la puerta, pasaban ya de las 10. Intuía que no vendrías, mas no podía dejar de hacer ese juego de reloj-puerta, puerta-reloj. 

A mi mente llegó un vago recuerdo: la primera vez que te vi.
Llegaste acompañada del chico más llamativo de todo el instituto. Sus tatuajes, sus piercings y su aureola de chico malo gritaban: -¡cuidado conmigo, chaval! Caminabas a su lado, segura de todo y de todos, menos de ti misma.
Posé mis ojos en los tuyos y nunca más pude dejar de hacerlo. Adoré tu voz aunque sólo la oí una vez y fue para decirme: -¿qué miras, imbécil?
Quise contestar, me quedé en blanco dándome cuenta de que había sido noqueado por una niña, porque sólo eras eso para mí. Yo era el rey del momento, el chico más popular, el centro de todas las chicas y sin embargo… me quedé en ti.

No te dabas ni cuenta de que cada mañana te acompañaba hasta tu sitio, me quedaba escuchando tu silencio, oía hablar a tu mente, sentía los latidos de tu corazón, rozaba tus manos, y sin pensarlo, besaba tus labios. Ignorabas mi presencia tanto o más que el resto la tuya. Escribía cartas, poemas, canciones, todas iban dirigidas hacía la misteriosa chica que me tenía atrapado en su tela de araña. Nunca te las entregué, hoy me arrepiento. ¿Qué hubiera pasado de haberlo hecho? ¿Estarías aquí conmigo, ahora?

Mi verborrea se silenciaba cada vez que hacías acto de presencia, mis movimientos se volvían torpes si estabas cerca. En cambio tú, parecías flotar, avanzabas por los pasillos como un espíritu libre, nadie se percataba de que estabas, sólo yo. Ese anonimato te daba la seguridad, el cobijo del que se resguarda del miedo. Pasabas desapercibida y eso te gustaba. Lo disfrutabas. Hasta que un día te fijaste en mí y me regalaste aquella frase, difícil de olvidar.

Hoy estoy aquí entregándote esta carta. La que tenía que haberte dado en su momento, no ahora que es tarde, demasiado tarde. Cuando la profesora entró esta mañana acompañada de una mala noticia, instintivamente, empecé a echarte de menos más que nunca. Al fin conseguiste evadirte, liberarte, volar. Aunque ya no lo sepas , te convertiste en verbo.



lunes, 11 de marzo de 2013

DIME QUE ME QUIERES



-                                
- Pronto será nuestro aniversario, ¿qué me regalarás, querido?

- No sé, ¿Qué  deseas?

- ¿Qué te parece un… te quiero?

- Hum, ¿Dónde lo venden? Pregunta de forma distraída mientras seguía pasando las páginas del periódico. 

- En la tienda del corazón. 

- ¡Ah, vale! Dame la dirección y cuenta con ello.

- Anota, no repito: calle no me olvides, sin número ¿Lo tienes?

- ¡Seguro! Por cierto, ¿sólo quieres uno? - La mirada clavada en la noticia del día.

- Sí querido, con uno me conformo.

  Se levantó y se fue a acostar. Esperó inútilmente a que él apareciera en la habitación y la abrazara como si no hubiera un mañana. Mientras los brazos de Morfeo la iban envolviendo, él seguía sumido en la lectura, ignorando la oración de la mujer:

- Dime que me quieres, sólo una vez.