El 20 de febrero fue el día mundial del gato, o eso dicen. Sólo quería rendir un pequeño homenaje a un gran amigo que una vez formó parte importante en mi vida.
Hundía
su cara contra el mullido pecho aspirando la certeza de aquella amistad.
Mientras, él rodeaba con sus patitas la pequeña cabeza que le ofrecía la
familiaridad del gesto. Así les sorprendía el tiempo que por allí pasaba.
No había
ningún bolsillo donde pudiera esconderse una punzada de dolor. Todo era blanco,
peludo y blando. Un diminuto y sincero corazón habitaba tras esa vestimenta. Su
ronroneo la invitaba a dormitar a su lado, entre las cosquillas de sus bigotes
y el roce de su áspera lengua.
Ella
reconocía en su calor al amigo, se sentía protegida por aquel pequeño ser que
sin medir más de medio metro era capaz de entregarle todo cuanto poseía.
Él y
ella, viva imagen de la ternura. Se comunicaban con los gestos del cariño, lenguaje
universal. Si él vigilaba sus movimientos, ella le lanzaba cálidas sonrisas. A
los roces de gratitud ella le respondía con una sobredosis de caricias.
En
tanto, la vida seguía pasando.
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