Nunca declarará en qué momento o en qué lugar fue
testigo de la escena. Presenció cómo un beso fugado se escondía entre la cuarta
y la quinta costilla del cuerpo de ella. Pudo ver cómo dos más se agazapaban
entre los dedos corazón y anular de la blanca mano.
Fue consciente de cómo los labios los dejaba marchar
sin opresión. Saltaban en bandada, en
multitud, en masa hasta ocultarse en cualquier rincón de aquella figura. Los
que no se estrellaban contra el vientre viajaban en mística armonía hasta los
senos. Los más tímidos resbalaban por las caderas y se enclaustraban en los
muslos.
Foto sacada de Internet |
En ordenada procesión iniciaban un ascenso por el
cuello para acabar coronando los párpados y así poder guarecerse. Otros preferían
morir en los hombros y quedar descubiertos ante todos. Ósculos más osados se
cobijaban en el ombligo y desde allí descender hasta el deseado monte.
Como cadena invisible rodeaban cintura, apresaban los costados para desaparecer en el
centro de la espalda. Solo tres besos consiguieron alcanzar la nuca y
evaporarse en las sienes. Los suicidas decidieron agonizar en la boca formando leves
gemidos.
Venus permitió que los besos de Adonis se fuesen encerrando entre las capas de
su piel. Convirtiéndose así en cómplice de aquella huida.