Atrapado
en la oscuridad de la noche le susurraba al humo de un cigarro. Le contaba con
la amargura de quien ya no tiene recuerdos cómo había olvidado lo que una vez
le atrajo de ella. La niebla del tiempo había cubierto imágenes, ahogado
sonidos, borrado sonrisas…
FOTO DE INTERNET |
Entre
calada y calada de sus labios volaban formas caprichosas en la soledad de una
cocina. Una figura quiso emular el andar sinuoso con el que se le acercó por
primera vez. Sonreía al recordar.
Como
efecto cadena su sonrisa trajo la de ella a su memoria, adoraba la curva de su
boca cuando se producía. La llama del encendedor prendió la mecha de los
recuerdos enterrados, iluminando el sendero por el que un día se fueron.
Regresaban a borbotones con el mismo sonido que la lluvia en el cristal de la
ventana.
¿Cómo
pudo olvidar el sol de sus ojos, su nombre en sus labios y el aroma de su piel?
¿Dónde quedó la caricia que bordaban los dedos de sus manos? ¿Quién acalló su
risa? ¿Cuándo el calor de sus cuerpos dejó de ser suficiente? ¿Por qué cuando
la miraba no se veía reflejado en sus pupilas?
Cómo, dónde,
quién, cuándo y por qué.
Se
instalaban a su alrededor en aquella diminuta mesa compartiendo otro cigarro.
Las gotas se instalaban en el alfeizar a la vez que lo hacía el presente.
Fumaba y tramaba cómo sería su reconquista. Volvería a atacarla con aquellas
cosas absurdas que tanto le hacían reír a los dos. Las que siempre acababan
mudas con un beso.
El
beso, era la bandera blanca cuando aparecía una guerra. Su pecho, la trinchera
donde se refugiaba. Sus brazos, donde se rendía. Su cuerpo, su prisión.
Aplastando
con dureza la colilla se dirigió hacia la habitación. Recibió la bofetada de la
soledad al descubrir la cama vacía. Invocación que dejó en su retina la imagen
de un equipaje, un taxi y un adiós.
Salió a
la calle empapándose de la madrugada. En sus pasos viajaba la premura y en su
mente un solo pensamiento: llegar a
tiempo.