Liberas el
amor en la cobardía de una lágrima que en vano intento rescatar antes de que
muera en tus labios. Allí donde me refugiaba cuando fuertes vientos zarandeaban mi pelo flagelando el color de tu boca.
Saboreas el
dolor salado de la ausencia mostrándome el arrepentimiento que en vano espanto
como se espantan los viejos recuerdos. Dices que te quedarías en aquella mañana
junto al rayo de sol que descansaba sobre mi línea alba, en el aroma que
impregnó el pasillo cuando vestida con tu camisa y mis botas camperas, preparaba un café para dos en una taza desportillada.
Dices que
quisieras volver a ver la sonrisa que regalaban tus mensajes, los que me
dejabas en plena cena o reunión, los que yo disimulaba con falsos golpes de
tos. Cruzábamos las miradas y el mundo desaparecía.
Volver a vivirlo.
Y aunque así fuera, ni tú ni yo somos los mismos, tan locos, tan inocentes o tan niños.
Y aunque así fuera, ni tú ni yo somos los mismos, tan locos, tan inocentes o tan niños.
Nos venció
el miedo y la rutina, volviéndonos perezosos de nuestro propio amor se nos
cerró el paraguas calándonos de golpe como una tromba de agua improvisada.
Y dices que
te pesan los días sin mí, firmándolo con tu cobardía, que el embrujo todavía persiste
desde que bebiste aquél café y acusándome de ladrona y desde tu masoquismo me
pides que destruya el antídoto.
Sigo
escuchando tu soliloquio donde no me dejas intervenir y sosteniendo tu mirada rezo
para mis adentros: “me perdí y no sé volver, lo siento”.
©
Auroratris