Y me bebo
otro sorbo de pecado mientras vas anotando mi número de teléfono, sé que no me
llamarás, tan cierto como que yo tampoco lo haré.
Nos
dedicamos a escrutarnos en la fundición de nuestras salivas, bebiéndonos los
tragos amargos de nuestras vidas, saboreando el ácido que provoca el
desencanto.
Me dices que
me siente sobre ti para compartir el licor de tu copa, sin embargo yo aporto la
mía cuando acorto los pasos que nos separan, pides probar de mi licorería
mientras yo me enveneno con el dulzor de tu brindis. Hundes tu cara en mi
pecho, aspirando mi aroma como si en ello se te fuese la vida pidiéndome que no
te olvide.
Hemos emborrachado
nuestras almas de una adolescencia momentánea volviendo a ser los de antes,
buscándonos bajo las sábanas, comiéndonos a besos, a bocados de placer, la
lujuria se apodera de nosotros y dejamos que nos vapulee. Ya no sonreímos,
reímos a carcajadas, creyéndonos héroes de nuestra propia burbuja.
Cae un
abrazo de sol sobre tu mañana, te miro mientras duermes todavía bajo el vapor de la
noche y me doy cuenta, perfectamente cuerda de que es ahora y no después cuando
nos tendremos. Me regalas tu primera sonrisa y yo me desayuno tu beso, luego
caen las disculpas mientras nos cubrimos con nuestras ropas. Sólo quedan los
cercos sobre la mesa, dos copas vacías como nosotros.
El silencio
habla más que la palabra, pesa más que nuestra despedida. Me invento una
excusa, tú ya tienes la tuya preparada antes de abandonar el hotel. Te pierdo…
me pierdes.
Arranco el coche y el ruido del motor se confunde con un aviso de mensaje.
- Recuerda... No me olvides.
©Auroratris