Tíntame el descaro de tus versos y excarcela esta sinalefa
que me adosa a la vergüenza de encarar tu mirada. Tatúame la noche y ruboriza
mis arcaicas amapolas para que florezcan entre tus manos de poeta. Serena este vientre
tembloroso bajo la procesión de tu caricia… vérsame a pluma, a cincel… haz de
mí tu poesía.
Recita lo salvaje que de mí encuentres para que se
desvanezca la insistente timidez que me cubre y me pesa. Repásame en
constante libertad gravitando sobre el centro de mi orbe… haz que llueva
para nosotros, que dancemos sobre charcos de apetencia.
Muéstrame lo retorcido de tu soneto y firma este
poemario con sello indeleble.
- ¿Me quieres, Darling? - Exoraba, arrastrando las últimas
sílabas.
- Más que a mí mismo.- Tronaba yo.
Reflexionando sobre mi reiterada respuesta, comencé a
albergar una idea. Idea cada vez más oscura y menos etérea, más pragmática y
menos disuasoria.
“Más – que – a – mí - mismo”, rugía en mi psique.
Llegué a la conclusión que de seguir así, un día dejaría de
ser yo, quedándome perdido en la nada.
No, no podía permitirme tal desaparición y fui maquinando un
esquema. Engordándolo, y dándole forma en mi cabeza.
Ocurrió una noche… y en su momento más bello, cuando ella
también lo estaba vestida de lujuria, sosteniendo su copa disparó el ya
conocido verso: - ¿Me quieres, Darling? –
Aproveché el estupor que despierta el vino y el bamboleo de
sus inseguros pasos acercándose a mí.
Desenfundé tres cuartos de sonrisa antes de cerrar mis manos
alrededor de su cuello. De su boca salió la oscuridad sin música ni sonido, de
sus ojos la estupefacción y de su perfecta fisionomía, el abandono de la vida.
– Más que a mí mismo -
Mascullé hasta que dejó de respirar.
Cayó al suelo y el sordo sonido se mezcló con el ruido del
cristal contra el piso. Acabé con mi tortura o eso pensaba yo, llamé a la policía
para darme en entrega y antes de que me llevaran la miré una última vez. Parece de
locos, pero sus labios se movían formulando aquella pregunta y su mirada
taladraba la mía.
No me creen, pero cada noche ella me visita allá donde vaya.
Preciosa ante mí, portando su copa, con la tentación en sus labios y en medio
de todo eso… la frase aniquiladora…
-¿Me quieres, Darling?
-Tras seis meses y 21 días, el paciente no muestra mejoría y
sólo murmura una única oración:
El viento flagela mi rostro en este otoño apolillado, se
agrieta la carne de mis besos y congelándose el cristal que desentumece mis
pestañas, resbalo por los pasillos donde nuestra témpera marchita escucha el sonido
sordo de tu lamento.
Se emborrona tu silueta En la distancia que marcó tu época y
la mía, donde las rayas del tiempo sucumben a La Bitácora de nuestro delito.
No volverá el aire a peinar mis hojas, ni los violines de
tus manos a sujetar mi arco, quedaremos como trazas de un sueño inacabado en
la cabecera de nuestra mentira.
Mientras, llamas a un timbre que ya no suena imprimiendo un verbo nonato
en la palidez de mi ventana, no queda magia en la chistera del ilusionismo... y continúa retumbando mi nombre en la gruta de tu garganta, este aprieta el
cinturón de tu pecho con cada sílaba que escapa.
Tu silencioso grito se acomoda en la arista De Mi Soledad.