A la caída del ocaso se baten tus labios por el desfiladero de
mi espalda, se deshilacha el hermetismo de mi piel cuando infiltras tu veneno
en cada poro dilatado, se suma a mi
torrente y llegando al pensamiento, ya no pienso con claridad… sólo siento.
Sentir que bajo la quilla de tus manos se arremolinan las
tormentas que anidan en mis entrañas, y que el instinto se vuelve felino
bombeando deseo por cada vena de mi cuerpo. Este cuerpo encorsetado que
despliegas dúctilmente entrega su horizonte, su sima y su recorte.
Esculpes envites en mis caderas trenzando tu vigor y mi
brío, encaramas tu hálito en el umbral de mi boca reclamando el verbo carnoso
que sacia tu hambre de mí. Tu peso es mi seísmo y mi cabriola tu contorsión.
©Auroratris