sábado, 13 de julio de 2013

PAZ INTERIOR

Resbaló, cayó de mis manos. Se estrelló contra el suelo repartiendo mil reflejos de luz bajo mis desnudos pies. Una voz en mi interior avisaba de que no me moviera, no hiciera nada o podría clavarme algún trozo de cristal. En medio de todo aquél mar de brillos, una vida se debatía entre la misma y la muerte.

Atónito, absorto en mis pensamientos quedé hipnotizado, viendo como boqueaba, convulsionaba sin éxito para robar un poco de oxígeno y así seguir viviendo,  seguir soñando o simplemente seguir dando las mismas vueltas una y otra vez en su absurda existencia.

Descubrí el poder que en ese momento poseía: vivir o morir. Yo, sólo yo podía resolver qué hacer con ese espécimen. Divagué un poco más, lo suficiente como para que mi mente se alejara de esa habitación y me viera como un antiguo César de Roma, con el absoluto derecho a decidir quién puede seguir viviendo o quién debe morir.

Volví a mirar a ese minúsculo cuerpo. Apenas se movía ya. Recordé el día que me lo regalaron, siempre quise un perro, y llegó él. No sólo nos separaba una gruesa capa de cristal, también nos alejaba su mundo y el mío, tan distintos, tan iguales.

Él recogido en su apacible subsistencia y yo… ¡qué importa dónde me encontraba! Para algunos vivía en el limbo, para otros en los mundos de Yupi, para mí, vivía en un castillo de naipes, tan frágil y débil que temía respirar para que no se derrumbara.

No tuvo la culpa,  no pidió ser mi amigo. 

 Le perdoné la vida. Desperté de mis absurdos pensamientos justo cuando apenas movía la boca, ya no saltaba ni coleaba. Sin recordar mi aviso anterior pisoteé todos aquellos fragmentos de cristal con su vida entre mis manos, llené el fregadero de agua y lo deposité esperanzado de que no fuese tarde.

Han pasado unos días y el daño no parece ser muy grave. Desde la mesa de mi escritorio me observa, ve mi cuerpo estirado sobre la cama con los pies vendados, yo le pregunto:  - ¿Bien amigo?-
Y él como atendiendo a mi consulta, da un giro completo dentro de la pecera y plantándose frente a mí, parece responder:
-         -  ¡Bien amigo!-