lunes, 28 de octubre de 2013

DE CÓMO CONFUNDIR AMOR CON ATRACCIÓN FÍSICA

Continuar con los estudios en la capital de provincias era una gran experiencia para Lucía. Compartía piso con dos chicas, también de su mismo pueblo, aunque no eran amigas tenían algo en común: les gustaba los retos.

Lucía no era diferente a las demás  jóvenes de su edad, aunque podría decirse que era mucha mujer para tan poco cuerpo. Dato que no pasó desapercibido para los chicos de aquel barrio: que unas estudiantes se instalaran en aquel edificio fue algo novedoso para sus tranquilas vidas. Cada una de ellas tenía algo especial que despertaba la curiosidad de los muchachos.

Todas las mañana, Lucía dirigía sus pasos hasta el instituto. Conocedora de poseer una llamativa delantera procuraba encubrir la zona con unos cuantos libros, los cuales abrazaba sobre su pecho con caprichoso énfasis. No era necesario, los chicos se habían percatado de los atributos de Lucía. Estratégicamente repartidos, aguardaban en los portales de la larga calle para verla  pasar. La testosterona a esa edad es como un cohete, sólo necesita la chispa que encienda la mecha, sin lugar a dudas había llegado.

Manolo (Lolo para los amigos), se fijó en ella desde el principio. Regentaba la carpintería de su padre, tras dejar los estudios decidió curtirse en el mundo de la ebanistería. Al verla llegar pensó que ese busto era merecedor de una réplica y que él estaba dispuesto a hacer la talla. A ella no le dejó indiferente los rizos de su pelo  a juego con los ojos marrones, el conjunto lo acababa unos labios con descarada sensualidad.

Un húmedo día de otoño, Lolo tomó la decisión de invitarla a tomar algo. Consiguió alcanzarla al borde de la carretera y haciendo un gran esfuerzo para no dirigir la primera mirada más abajo de la cara, le propuso la cita. Ambos no se habían percatado de dónde se encontraban, y un camión que pasaba en ese momento los devolvió a la realidad salpicándoles un gran charco, el sí de Lucía quedó bautizado. En medio de aquella risa excitable  sus miradas se encontraron por primera vez.

Los nervios de Lolo subidos en la moto de su padre, recogieron a la chica el día señalado y se encaminaron hasta un jardín de la ciudad. El nombre del parque en cuestión era el de la Seda, el mismo que utilizó él para describir la piel de ella cada vez que la rozaba con dulce decisión. La tarde pasó rápida para los dos, él asomado al balcón de su escote y ella perdida entre los mechones de su pelo. La suma de los días fue dando como resultado una relación dónde el amor quedaba relegado por una fogosa atracción física.

Con la llegada de las fiestas navideñas, apareció la primera separación. Lolo pensaba que moriría durante esas dos semanas, que no sobreviviría a la llegada del nuevo año, necesitaba tener cerca a Lucía, muy cerca, demasiado cerca. Decidió grabarle una cinta con las canciones más románticas y sensuales del momento, quería que lo recordara cada vez que la escuchara. Llegó la tarde de la despedida, cuando ella se disponía a subir al autobús, él depositó el regalo entre sus manos a la vez que colgó un “Je t’aime” en el lóbulo de su oreja. Lucía miró sorprendida aquellos ojos marrones y navegó en el mar de su boca. Fue la segunda vez que se miraron seriamente desde que empezó aquella relación.

El día de Reyes, Lolo sorprendió a su chica presentándose en su casa y haciéndole una propuesta indecente para la época. Ante la negativa de ella, él decidió jugársela dándole celos con una de sus amigas. Mala decisión. Lucía comprendió que “Je t’aime” sólo era el título de una canción, no un sentimiento.

Volvieron los días de clase y Lolo se arrepentía cada vez más de aquella sentencia, en vano intentó arreglar las cosas con Lucía, sobre todo porque su mirada siempre se estrellaba en el busto de la chica. La cual, con un sutil gesto le obligaba a mirarla más arriba y despedirlo con un: -“casi lo consigues, amour”.

El paso de los meses trajo la primavera, además revuelta para más señas. Lolo quemó su último cartucho al hacerle a Lucía una oferta:
 - Por ti le robaría la moto a mi padre y te llevaría al Jardín de la Seda, ¿qué me dices?
- Gracias, pero ellas se merecen más. – Esta vez fue ella la que bajó la mirada hasta su propio escote y con un elegante giro siguió su camino, en ningún momento volvió la cabeza para comprobar la cara de sorpresa que le quedó al pobre Lolo.

Acabado el curso académico, Lucía y sus compañeras de piso volvieron al pueblo. Cada una de ellas traía una historia para recordar, ella además con banda sonora de fondo.



                                        



lunes, 14 de octubre de 2013

¿Qué opinaría el niñ@ que fuiste ayer del adult@ que eres hoy?

La vi acercarse con ojos soñolientos y la noche revuelta en el pelo, se coló en mi cama durante la madrugada para seguir meciéndose en su sueño. Su respiración agitada se tornó tranquila y confiada, posó su cabeza sobre el hueco de mi hombro y poco a poco se fue abandonando, mientras yo mesaba su larga melena.

Su olor trajo a mi mente los días del ayer. Los recuerdos aletargados durante tanto tiempo se fueron desperezando y bostezando se despertaron en mí. Rememorar la propia infancia. Días siempre soleados, eternos, llenos de juegos y risas,  de despreocupación. El barrio donde crecí, las voces amigas, las promesas…

El despertador me sacó de aquél ensueño, con un movimiento rápido lo apagué, no quería que ella despertara. Las sábanas arrugadas como única presencia, ni rastro de la niña. Recordé que fue un sueño. Sentí tan real el peso de su cuerpo a mi lado y su calor que hasta me pareció seguir oliendo a ella.

Mecánicamente inicié lo que cada mañana hago antes de ir al trabajo. Mientras conducía pensaba en la niña, en su rostro familiar. Autoanalicé, reflexioné y quise sacar algo en claro, no conseguí nada, aparte de llegar sin percibirlo a mi lugar de destino.

El día fue tan completo que no volví a darle vueltas al asunto. Papeleo, reuniones, comida, volver a debatir los mismos temas un día y otro también. Solo quería llegar a casa, quitarme el disfraz de señora formal y lanzarme a no hacer nada. Debí quedarme dormida en el sofá, empecé a sentir frío y un leve roce en el brazo me despertó. Entreabrí los ojos, el mundo se presentó ante mí bajo una neblina, froté mi incredulidad y la vi cogiéndome de la mano guiándome hasta mi cuarto, ayudándome a meterme en la cama y comprobar que ella también lo hacía. Se acurrucó a mi lado y ambas dormimos.

Otra vez el despertador me sacó de aquel sopor. La soledad invadía el otro lado de la cama. Confusa me preparé para comenzar otra jornada. La mente no dejaba de girar en torno a lo mismo. ¿Sería algún mensaje? ¿Alguien quería decirme algo? ¿El qué? Le hablaría en la próxima visita, preguntaría quién es, qué es lo que quiere, necesitaba saber o me volvería loca.

La noche transcurrió entre el insomnio y un completo desvelo. Sin esperar a que el sonido de la alarma diera comienzo a mis actividades, me puse en marcha. Mis movimientos de aquel día eran lentos, mi cerebro estaba a años luz de la realidad, solo quería volver a casa y descansar.

Estaba exhausta, el sueño no tardó en aparecer trayendo a la niña. Me recuerdo sentada en la cama frente a ella. Su mirada mantenía la mía, sus manos regordetas sobre el regazo, su pelo rubio partido en dos trenzas y una sonrisa transparente provocó una inmensa ternura en mí. Su voz me sacudió, era clara y nítida. Apenas me dejó articular palabra, me limité a escuchar y a asentir con estupor. Reprochó cada uno de mis actos, criticó cada una de mis ideas, recriminó todas mis decisiones, acabó con una frase dura y punzante: “Tu vida no es la que planeamos juntas”. Repetí su oración hasta convertirla en un susurro.

Temiendo hacer la pregunta me arriesgué queriendo saber quién era. A esa altura de la conversación podía imaginar de quién se trataba, me autoconvencía de que era un sueño y que cuando despertara todo seguirá igual. La rutina, la que hacía tiempo se había instalado en mi vida, estaría esperándome cuando despertara.

-          ¿Quién eres tú? – La pregunta se me resbaló de los labios.
-          ¿Todavía tienes dudas? – Escrutó mi rostro. – Yo soy tú. Hace tiempo que me buscas, me llamas, por eso he venido para recordarte lo que éramos y lo que eres.

Elaboró una larga lista de lo que nos gustaba hacer y de lo que no, sonreímos ante ese repaso. Su carita se tornó seria cuando me preguntó si estaba contenta con lo que era. Solo tuve tiempo de contestar con una negación de cabeza antes de que el pitido me sacara de aquel espejismo.

No volvió después de aquella noche.

Hoy me la he encontrado. Entre un montón de recuerdos esparcidos por el salón estaba ella, atrapando deseos como si de mariposas se tratara.




SOPLANDO SUEÑOS Y ATRAPANDO DESEOS


 P.D.- ¿Está content@ el niñ@ que fuiste con el adult@ que eres? Piénsalo y me cuentas.