sábado, 21 de diciembre de 2013

RUBIA POR NAVIDAD



Con el paso de los años mi pelo se va decolorando, destiñendo, en definitiva que ya voy pintando canas. Con las capas de tintura apenas se aprecia, pero están ahí, rebeldes y brillantes bajo el sol.

He descubierto que últimamente se han revelado todavía más vistiéndose de un despampanante rubio platino, lo deduje hace unos días cuando entré en una administración de loterías. No suelo jugar, el por si acaso en estas fechas me persigue y sale el: yo también que llevo dentro.

Cuando solicité el dichoso décimo, la chica del establecimiento me contesta que si lo quería de máquina. -¿Cómo?-  Abrí los ojos como platos, la boca en una O mayúscula y la mente a 100 revoluciones por minuto. – ¡He pedido un décimo, no un café! – Fue lo primero que solté. Sonriente y solícita la dependienta me pregunta que desde cuando no compro lotería. Mentalmente hice un cálculo rápido, la sorpresa fue descubrir que hacía justo un año que no participaba en ningún juego de azar. ¡Cómo pasa el tiempo!

Doblada por la risa me pide elección del  número. - ¿Eso también es posible?- Ya era tarde para cerrar mi boca. La pobre pasaba del color berenjena al violeta en décimas de segundo. Para rematar mi actuación delante de los parroquianos allí congregados no se me ocurre otra cosa que exclamar: - ¿Estás segura de que este papelito es para Navidad y no para la bonoloto?, verás es que… lo del décimo con sus colorines parece más creíble que este simple resguardo.

Hubiera deseado ser escapista como el famoso Houdini. El coro de risas continuó oyéndose hasta que doblé la esquina. No quiero imaginar los comentarios a mi espalda. Pero es que una a veces es rubia platino y mira por donde ha aflorado esta Navidad.



Imagen sacada de Internet




OS DESEO UNA FELIZ NAVIDAD A TOD@S L@S QUE POR UN MOTIVO U OTRO PASÁIS POR MI ESPACIO. MUCHA SUERTE PARA EL SORTEO, CRUCEMOS DEDOS.





viernes, 13 de diciembre de 2013

¿TE GUSTA CONDUCIR?



Un coche, un destino, la música y tus reflexiones. Ecuación idónea para liberar la adrenalina acumulada durante el día. El trayecto es un tiempo excelente para una buena conversación entre tus neuronas y tu propia voz. Ellas ignoran cualquier comentario hecho por tu parte, están sumidas, volcadas totalmente en una discusión sin cuartel sobre algún contratiempo surgido.

Vas restando kilómetros y sumando pensamientos. Depositas la mirada en cada paisaje, quieres congelar la imagen, quedártela en algún lugar del cerebro para poderla disfrutar más tarde. El amanecer a tu derecha, el futuro ante ti y el pasado queda atrás. Entre tus manos el poder y bajo tus pies la autocracia sobre el motor. Sueñas con volar. Así día tras día consigues la simbiosis, la química que lleva a la unión entre el humano y la máquina.

No desaparecen los problemas, el mundo no cambia nada mientras conduces y piensas, piensas y conduces. Pesan menos cuando llegas al final del camino, se evapora el mal humor y sacas una sonrisa de la guantera, la de los lunes, por ejemplo, para llevarle la contraria a la sociedad.

Aparcas y te alejas mirando a tu cómplice, las horas solo es tiempo que hay que quemar y pronto volverás a ocupar ese habitáculo, el mismo que te regala la sensación de poder.

Regresas a casa dejando los obstáculos en la calzada, quedándote con lo bueno o lo regular. Se consigue, se logra durante la distancia que separa un rumbo de otro. Disfrutar de la sensación de conducir es un placer siempre que te guste hacerlo.


¿Te gusta conducir?







jueves, 5 de diciembre de 2013

TANTO WHATSAPP, TANTO AMOR

Ando ilusionada, entusiasmada, enamorada, todas las “adas” imaginadas.

Hace unos meses conocí a alguien. Nadie especial, sin embargo, tras un bombardeo de WhatsApp ha conseguido entrar en el ranking de los contactos más deseados y necesitados del día o de la noche, ya no hay distinción.

Suena  a cualquier hora, mi corazón se dispara, me lanzo en plancha y sin paracaídas sobre mi móvil de última generación. Vuelan mis dedos sobre la pantalla digital y ahí está su imagen. Mi cara se ilumina pareciendo a unos de esos muñecos Gusiluz, la sonrisa del Gato de Cheshire es una minucia si la comparas con la mía, los ojos nadando en chiribitas se salen de las órbitas…, solo pienso: que nadie me vea en este estado cada vez que truena el ya archiconocido sonido del WhatsApp, y menos él.

Son más numerosos. Empieza un: buenos días, seguido de un: ¿qué tal va la mañana? le acompaña: ¿un café o ya lo tomaste? sorprende un: ¡sal de mi cabeza, por favor! continúa un: ¡déjame trabajar! A todo esto le sumo el entusiasmo en mis respuestas consiguiendo la perfecta combinación para que la testa o su interior queden flotando en una nube.

He conseguido un dominio insólito en el manejo de cubiertos y teclado al mismo tiempo. Vivo, como, duermo, trabajo…, conjugo todos los verbos mientras chateo con él. Que siente lo mismo, me dice el muy pirata. Las madrugadas se llenan de luz, tendré que bajar la intensidad de la pantalla, su: ¿duermes o te sueño? da pie para comenzar otra avalancha de mensajes cada vez más sugerentes.

Es cierto que cuando nos tenemos de frente nos limitamos a hablar de cosas banales, sintiéndonos cortados o cohibidos ante la presencia del otro. Me he llegado a preguntar si somos las mismas personas que mantienen conversaciones hasta altas horas de la madrugada,  a resguardo de la intimidad y la complicidad que aporta la oscuridad. He comprendido que no es amor, ilusión más bien. Y sienta genial este nuevo estado.

Pasan los días y ha bajado el número de WhatsApp. Aparecen las primeras dudas: ¿Otra chica? ¿Le sigo importando? si hasta la semana pasada me quería ¿Qué ha pasado? Apenas dos mensajes por la mañana y uno a medio terminar por la tarde. Las noches se hacen eternas esperando escuchar el silbido del móvil.

Ni un WhatsApp en todo el día ¡me olvidó! Cada vez son más distanciados, he multiplicado mi dosis de nicotina entre uno y otro. Estoy hecha un lío y repleta de preguntas ¿He cambiado o hemos cambiado?

El fin de semana ha sido divertido y me ha demostrado que todavía soy importante. Hemos hecho planes para este puente de diciembre…, y dice que tiene una sorpresa preparada. Es un cielo. Y yo aquí, esperando el tonto sonido que me confirme algo que no es.

Me pregunto: ¿se puede medir el amor por la cantidad de WhatsApp que mandamos o recibimos?




sábado, 30 de noviembre de 2013

HIJOS DE UN DIOS MENOR

Tu tiempo por una historia.

Hay una isla en medio de la nada, un rincón perdido en algún lugar remoto donde cada día viajo para vivir las aventuras más impensables. Sus gentes sencillas cambian sonrisas por afecto, abrazos por caricias y su corazón por tiernas palabras.

Tienen una particularidad: fueron tocados por una mano divina al nacer. Se quedaron dormidos en un mundo paralelo, siempre niños. Viven sus propias aventuras son los protagonistas de sus cuentos, te arrastran hasta el interior de su sueño haciéndote partícipe siendo los ojos de los que no ven, las piernas de los que no andan, el cuerpo de los inertes y el cerebro de los dormidos más profundos.



Podría hablaros de Mariano el ciego y de su silla de ruedas, según él “la más chula” de la isla, de Emilio el espina, magnífico nadador dentro de un flotador. Nuria y sus “cenesito tus revistas”, Paloma siempre pidiendo paciencia con ella, Víctor regalando sus “te quiero mucho como la trucha al trucho”, Madalena recabando información para cuando algún día sea mayor, Evelyn con su mundo de fantasía, Javier el incomprendido, Juanmi el novio de todas o el “¡maestra qué chiquita eres!” de Joe.

Alfredo, Sergio, Rosario, Paquita, Daniel…, todos me regalaron parte de ellos mismos, cada uno a su manera consiguieron sacar la porción más humana y altruista que llevamos dentro.

Mis problemas se empequeñecen si los comparo con los suyos. Desaparecen momentáneamente si sus brazos me rodean, se esfuman si aparecen miradas encendidas en sus rostros, se esconden cuando afloran las amplias sonrisas…

Y yo, ya no soy yo. Soy el Peter Pan de su Isla porque me han regalado su corazón.






jueves, 21 de noviembre de 2013

LA COLECCIONISTA

Coleccionaba fechas como si de sellos se tratara. Las guardaba en un cajón secreto allá en el  viejo ático dónde cada amanecer bailaban los recuerdos con los sueños.

La vida le había regalado tantos días que inconscientemente los fue archivando en distintos niveles de afección. Descubrirse enamorada, sonrisas robadas, ilusiones cumplidas, la deseada entrega, encuentros inesperados, regalar vida, lágrimas amargas…, todos esos instantes tenían una fecha que ella celebraba de forma personal.

Nunca olvidó cumpleaños o santo, no se les escapaban los aniversarios…, su mágico rincón tenía capacidad para conservar todos los datos. Era como una vieja computadora, siempre le consultaban para recordar alguna festividad.

Una noche cualquiera el viento del norte entró en el desván, sacudió muebles, vació cajones, desmanteló lejas, arrasó con todo cuanto encontró a su paso, dejando en su lugar un cuadro pintado de caos y desorden. Nada fue igual.

Las fechas dejaron de tener su particular importancia,  no tenían sentido, terminaron siendo simples números. Los 20 de noviembre, los 15 de marzo, los 26 de julio…, todas  quedaron sin historia.

Ya no dolían las canciones, se quedaron huérfanos los lugares, el aire arrastrando palabras de un ayer consiguió apagar las velas de una tarta, dejando que la nada se acomodara en aquel cajón del viejo ático.
Ha pasado el tiempo y cuando el frío arrecia, de puntillas, sigue subiendo para buscar su 14 de febrero.



lunes, 28 de octubre de 2013

DE CÓMO CONFUNDIR AMOR CON ATRACCIÓN FÍSICA

Continuar con los estudios en la capital de provincias era una gran experiencia para Lucía. Compartía piso con dos chicas, también de su mismo pueblo, aunque no eran amigas tenían algo en común: les gustaba los retos.

Lucía no era diferente a las demás  jóvenes de su edad, aunque podría decirse que era mucha mujer para tan poco cuerpo. Dato que no pasó desapercibido para los chicos de aquel barrio: que unas estudiantes se instalaran en aquel edificio fue algo novedoso para sus tranquilas vidas. Cada una de ellas tenía algo especial que despertaba la curiosidad de los muchachos.

Todas las mañana, Lucía dirigía sus pasos hasta el instituto. Conocedora de poseer una llamativa delantera procuraba encubrir la zona con unos cuantos libros, los cuales abrazaba sobre su pecho con caprichoso énfasis. No era necesario, los chicos se habían percatado de los atributos de Lucía. Estratégicamente repartidos, aguardaban en los portales de la larga calle para verla  pasar. La testosterona a esa edad es como un cohete, sólo necesita la chispa que encienda la mecha, sin lugar a dudas había llegado.

Manolo (Lolo para los amigos), se fijó en ella desde el principio. Regentaba la carpintería de su padre, tras dejar los estudios decidió curtirse en el mundo de la ebanistería. Al verla llegar pensó que ese busto era merecedor de una réplica y que él estaba dispuesto a hacer la talla. A ella no le dejó indiferente los rizos de su pelo  a juego con los ojos marrones, el conjunto lo acababa unos labios con descarada sensualidad.

Un húmedo día de otoño, Lolo tomó la decisión de invitarla a tomar algo. Consiguió alcanzarla al borde de la carretera y haciendo un gran esfuerzo para no dirigir la primera mirada más abajo de la cara, le propuso la cita. Ambos no se habían percatado de dónde se encontraban, y un camión que pasaba en ese momento los devolvió a la realidad salpicándoles un gran charco, el sí de Lucía quedó bautizado. En medio de aquella risa excitable  sus miradas se encontraron por primera vez.

Los nervios de Lolo subidos en la moto de su padre, recogieron a la chica el día señalado y se encaminaron hasta un jardín de la ciudad. El nombre del parque en cuestión era el de la Seda, el mismo que utilizó él para describir la piel de ella cada vez que la rozaba con dulce decisión. La tarde pasó rápida para los dos, él asomado al balcón de su escote y ella perdida entre los mechones de su pelo. La suma de los días fue dando como resultado una relación dónde el amor quedaba relegado por una fogosa atracción física.

Con la llegada de las fiestas navideñas, apareció la primera separación. Lolo pensaba que moriría durante esas dos semanas, que no sobreviviría a la llegada del nuevo año, necesitaba tener cerca a Lucía, muy cerca, demasiado cerca. Decidió grabarle una cinta con las canciones más románticas y sensuales del momento, quería que lo recordara cada vez que la escuchara. Llegó la tarde de la despedida, cuando ella se disponía a subir al autobús, él depositó el regalo entre sus manos a la vez que colgó un “Je t’aime” en el lóbulo de su oreja. Lucía miró sorprendida aquellos ojos marrones y navegó en el mar de su boca. Fue la segunda vez que se miraron seriamente desde que empezó aquella relación.

El día de Reyes, Lolo sorprendió a su chica presentándose en su casa y haciéndole una propuesta indecente para la época. Ante la negativa de ella, él decidió jugársela dándole celos con una de sus amigas. Mala decisión. Lucía comprendió que “Je t’aime” sólo era el título de una canción, no un sentimiento.

Volvieron los días de clase y Lolo se arrepentía cada vez más de aquella sentencia, en vano intentó arreglar las cosas con Lucía, sobre todo porque su mirada siempre se estrellaba en el busto de la chica. La cual, con un sutil gesto le obligaba a mirarla más arriba y despedirlo con un: -“casi lo consigues, amour”.

El paso de los meses trajo la primavera, además revuelta para más señas. Lolo quemó su último cartucho al hacerle a Lucía una oferta:
 - Por ti le robaría la moto a mi padre y te llevaría al Jardín de la Seda, ¿qué me dices?
- Gracias, pero ellas se merecen más. – Esta vez fue ella la que bajó la mirada hasta su propio escote y con un elegante giro siguió su camino, en ningún momento volvió la cabeza para comprobar la cara de sorpresa que le quedó al pobre Lolo.

Acabado el curso académico, Lucía y sus compañeras de piso volvieron al pueblo. Cada una de ellas traía una historia para recordar, ella además con banda sonora de fondo.



                                        



lunes, 14 de octubre de 2013

¿Qué opinaría el niñ@ que fuiste ayer del adult@ que eres hoy?

La vi acercarse con ojos soñolientos y la noche revuelta en el pelo, se coló en mi cama durante la madrugada para seguir meciéndose en su sueño. Su respiración agitada se tornó tranquila y confiada, posó su cabeza sobre el hueco de mi hombro y poco a poco se fue abandonando, mientras yo mesaba su larga melena.

Su olor trajo a mi mente los días del ayer. Los recuerdos aletargados durante tanto tiempo se fueron desperezando y bostezando se despertaron en mí. Rememorar la propia infancia. Días siempre soleados, eternos, llenos de juegos y risas,  de despreocupación. El barrio donde crecí, las voces amigas, las promesas…

El despertador me sacó de aquél ensueño, con un movimiento rápido lo apagué, no quería que ella despertara. Las sábanas arrugadas como única presencia, ni rastro de la niña. Recordé que fue un sueño. Sentí tan real el peso de su cuerpo a mi lado y su calor que hasta me pareció seguir oliendo a ella.

Mecánicamente inicié lo que cada mañana hago antes de ir al trabajo. Mientras conducía pensaba en la niña, en su rostro familiar. Autoanalicé, reflexioné y quise sacar algo en claro, no conseguí nada, aparte de llegar sin percibirlo a mi lugar de destino.

El día fue tan completo que no volví a darle vueltas al asunto. Papeleo, reuniones, comida, volver a debatir los mismos temas un día y otro también. Solo quería llegar a casa, quitarme el disfraz de señora formal y lanzarme a no hacer nada. Debí quedarme dormida en el sofá, empecé a sentir frío y un leve roce en el brazo me despertó. Entreabrí los ojos, el mundo se presentó ante mí bajo una neblina, froté mi incredulidad y la vi cogiéndome de la mano guiándome hasta mi cuarto, ayudándome a meterme en la cama y comprobar que ella también lo hacía. Se acurrucó a mi lado y ambas dormimos.

Otra vez el despertador me sacó de aquel sopor. La soledad invadía el otro lado de la cama. Confusa me preparé para comenzar otra jornada. La mente no dejaba de girar en torno a lo mismo. ¿Sería algún mensaje? ¿Alguien quería decirme algo? ¿El qué? Le hablaría en la próxima visita, preguntaría quién es, qué es lo que quiere, necesitaba saber o me volvería loca.

La noche transcurrió entre el insomnio y un completo desvelo. Sin esperar a que el sonido de la alarma diera comienzo a mis actividades, me puse en marcha. Mis movimientos de aquel día eran lentos, mi cerebro estaba a años luz de la realidad, solo quería volver a casa y descansar.

Estaba exhausta, el sueño no tardó en aparecer trayendo a la niña. Me recuerdo sentada en la cama frente a ella. Su mirada mantenía la mía, sus manos regordetas sobre el regazo, su pelo rubio partido en dos trenzas y una sonrisa transparente provocó una inmensa ternura en mí. Su voz me sacudió, era clara y nítida. Apenas me dejó articular palabra, me limité a escuchar y a asentir con estupor. Reprochó cada uno de mis actos, criticó cada una de mis ideas, recriminó todas mis decisiones, acabó con una frase dura y punzante: “Tu vida no es la que planeamos juntas”. Repetí su oración hasta convertirla en un susurro.

Temiendo hacer la pregunta me arriesgué queriendo saber quién era. A esa altura de la conversación podía imaginar de quién se trataba, me autoconvencía de que era un sueño y que cuando despertara todo seguirá igual. La rutina, la que hacía tiempo se había instalado en mi vida, estaría esperándome cuando despertara.

-          ¿Quién eres tú? – La pregunta se me resbaló de los labios.
-          ¿Todavía tienes dudas? – Escrutó mi rostro. – Yo soy tú. Hace tiempo que me buscas, me llamas, por eso he venido para recordarte lo que éramos y lo que eres.

Elaboró una larga lista de lo que nos gustaba hacer y de lo que no, sonreímos ante ese repaso. Su carita se tornó seria cuando me preguntó si estaba contenta con lo que era. Solo tuve tiempo de contestar con una negación de cabeza antes de que el pitido me sacara de aquel espejismo.

No volvió después de aquella noche.

Hoy me la he encontrado. Entre un montón de recuerdos esparcidos por el salón estaba ella, atrapando deseos como si de mariposas se tratara.




SOPLANDO SUEÑOS Y ATRAPANDO DESEOS


 P.D.- ¿Está content@ el niñ@ que fuiste con el adult@ que eres? Piénsalo y me cuentas.

martes, 10 de septiembre de 2013

EL CUPO DE LAS SORPRESAS II (Versión de él)

El otoño me arranca sentimientos contradictorios, hace que odie todo lo que gire en torno a mí. Llevaba más de una semana visitando esta ciudad, la sentía distinta desde la última vez que estuve. Hoy, el día no invitaba al paseo, amaneció plomizo y amenazando lluvia, así que opté por una tarde de lectura en cualquier cafetería.

Los truenos me separaron del libro, el agua comenzó a caer con fuerza, con ira, como si quisiera vengarse de nosotros. Las gentes corrían en busca de un refugio seguro, la plaza se convirtió en un ir y venir de personas. De entre la muchedumbre apareció ella, no llevaba prisa, ni paraguas, la vi dirigirse hacia un edificio, resguardarse bajo su cornisa, aun así la lluvia quiso formar parte de su indumentaria.

Pasaron unos minutos y seguía allí indefensa, confusa y con la mirada perdida en algún punto del suelo. Algo dentro de mí me empujó a dejarlo todo, coger mi paraguas y salir en su ayuda. No pensé en su negativa a acompañarme, ni se me pasó por la cabeza.

No se percató de mi presencia hasta que me planté frente a ella y le tendí la mano. Le pedí que me acompañara a un lugar seco, tuve que repetírselo varias veces,  no entendió mi idioma en ese primer intento o no quiso que la molestara. Mas no podía irme, algo me lo impedía, así que con la mano tendida repetía una y otra vez que me acompañara.

Al fin accedió y aceptó refugiarse bajo mi paraguas. Entramos y la invité a que tomara algo para entrar en calor. Ante mi sorpresa fue consintiendo a todas mis invitaciones. Su temor se fue quedando atrás para dar paso a una conversación desenfadada y aunque su inglés era bastante bueno, algo delataba que no era de ese país.

La tarde fue cayendo a la misma vez que lo hacía la lluvia. Consumimos unos cafés y varios temas de diálogo. No profundizamos en nosotros mismos, por prevención, por desconfianza, por timidez ¿quién sabe?

Olvidé todos los pensamientos negativos que había albergado aquella misma mañana, mi odio hacia esa húmeda estación, mi malestar por el día amanecido, el fastidio de no poder disfrutar de mi último paseo por la ciudad. Me sorprendí riendo sin reservas, absorbiendo sus miradas, disfrutando de su compañía, me sentí yo, de nuevo yo. No desvelé que partía al día siguiente, que mi estancia allí ya no tenía sentido.

Entendí que ambos ocultábamos un pasado con un fantasma, conocía los síntomas y lo que a mí me había llevado hasta allí, pero… ¿y a ella? Respeté que sólo me diera su dirección.

La lluvia dio una tregua, la misma que ella aprovechó para salir huyendo. Su prisa en la despedida la delató. ¿Qué había pasado de pronto? Busqué y rebusqué en mi cabeza cualquier cosa que la hubiera podido incomodar, no hallé nada. Se fue sin más. No dio oportunidad para una cordial ceremonia de separación. Me quedé solo ante un libro, un paraguas y su recuerdo.

Desde que volví a la rutina de mi vida me debatía entre escribirle contándole quien soy y lo que soy, o presentarme en su casa y decirle que no la he podido olvidar, que desde que apareció en mi camino el otoño tiene su mismo color.

Llegó Navidad y no había dado señales de vida, intuí que jamás volvería a saber de ella. Quien no lo intenta no lo sabrá jamás, eso me dije mientras preparaba un ligero equipaje, así que con un no como pasaporte cogí aquel vuelo, rumbo a lo desconocido.

Mis dedos temblaban cuando presioné el botón que me devolvería su voz. Una vez más repetí la frase con la que me presenté ante ella aquella tarde. La puerta se abrió, los latidos de mi corazón subían agolpándose en las sienes a la misma vez que iba ascendiendo hasta su piso. El ascensor paró en su planta despejando la incógnita, su acogida no dejaba dudas. ¿Hablan los abrazos? Yo creo que sí.






viernes, 6 de septiembre de 2013

EL CUPO DE LAS SORPRESAS


Hacía tiempo que las sorpresas habían  pasado a un segundo plano en mi vida. Poco o nada conseguía asombrarme a estas alturas de lo andado.

Aquella tarde lo consiguieron dos cosas: la  primera, una lluvia torrencial que me obligó a buscar cobijo bajo una cornisa en aquella histórica plaza. La segunda, una mano tendida hasta mí acompañada de una voz que me sacaron de mis pensamientos claroscuros. Bajo un paraguas negro unos ojos me invitaban a un presente no esperado.

¿Cuándo dejé que los halagos y los piropos se perdieran por las esquinas del tiempo? Su frase insistente rezaba una y otra vez como un susurro hasta que me vi alargando mi mano para aferrarme a la suya.

Recelosa miraba de reojo a aquel hombre, no era un adonis, sin embargo, había algo que me atraía, me dominaba. Aceptaba sin protestas cada una de sus indicaciones. Cruzamos la plaza, entramos en una cafetería y ocupamos una mesa, la misma que minutos antes había abandonado para acudir en mi ayuda. Un café frío, un libro abierto boca abajo, una chaqueta sobre el respaldo de la silla… todo indicaba a que ese había sido su observatorio particular y desde allí había presenciado mi resguardo.

Era extranjero como yo en aquella tierra. No quiso contarme de qué huía y yo me negué a exponerme. La última vez que lo hice no acabé bien parada. Hablamos de las suposiciones, las probabilidades, los sueños, los futuros inventados, todo y nada decía  de nosotros. Solo hubo una verdad además de nuestros nombres: un acierto habernos encontrado.

¿Cómo un extraño se convierte de pronto en alguien cercano?

Descubrí una mirada sincera tras una bonita sonrisa y una complicidad inusual en mí. ¿Fue la conversación?  ¿Las bromas?  ¿Las coincidencias?

Fuera como fuese, me precipité en salir corriendo en cuanto me percaté de ese estado de bienestar. Hacía rato que la lluvia dejó de mojar la tarde, así que agradecí el gesto que había tenido y me despedí con una excusa tonta.

Me dio su dirección, su teléfono, su e-mail, la oportunidad de volvernos a encontrar. Yo…, solo di mi dirección, ese sendero ya lo conocía y no quise prometer nada. Dos países, dos idiomas, dos culturas y miles de kilómetros de por medio. Me despedí.

No volví a verle en aquella ciudad durante los días siguientes, no le pregunté hasta cuándo se iba a quedar, así que no busqué ni esperé.

Al cabo de unos meses volví a mi país, a mi ciudad, mi casa, mi mundo. El trabajo allí había acabado, así que me tocaba aguardar hasta mi próxima misión. El tiempo pasaba y yo lo perdía vagueando hasta que llegó Navidad, entonces surgió un nuevo destino: Dublín.

¿Qué me esperaba? En esas estaba cuando el telefonillo sonó y una voz familiar entonó una frase más que conocida, la misma que no puede olvidar en todos estos meses.

¿Desde cuándo las sorpresas se estaban instalando en mi vida?
Abrí la puerta para dejar entrar a la incertidumbre y a todo un mundo de oportunidades. Y en aquel umbral me abracé a un futuro incierto, dejando de luchar contra el destino. Por esta vez le dejé ganar.



domingo, 11 de agosto de 2013

DESCUBRIENDO LA PERFECCIÓN

-Serás perfecta. Se dijo cuando descubrió la roca por primera vez.

Fantaseaba con esculpir a la belleza, siempre la imaginó atrapada en un cuerpo de mujer. Quiso modelar la imagen que hacía tiempo visitaba sus sueños cada noche, esfumándose al amanecer. Divagaba entre esos deseos, hacerla real, poderla ver, tocar, incluso ¿por qué no? soñar a sus pies. Mientras sus manos recorrían el frío mármol, en su mente ya se representaban todas las formas.

Te dotaré de la fuerza necesaria para soportar el peso de los días, te daré la blancura de la piedra para reflejar la pureza de tu alma, te regalaré la inteligencia precisa para abandonar los lastres del tiempo, te vestiré de fantasía para que vivas de los sueños.
Forjaba esos sentimientos a cada golpe de cincel.

Bañaré tu mirada de ternura para que no veas lo feo del mundo, tus labios adornarán la boca que pronunciará el nombre, en tus manos el amor que anhelamos, tus brazos abrazarán tu pecho para que nada toque al corazón, y haremos creer que cubres tus senos por pudor.
Taladraba día y noche, sin descanso.  Verla terminada era su máxima aspiración.

En tus caderas pondré sensualidad, entre tus muslos el deseo, tus piernas aguantarán los fríos del crudo invierno, las caricias de la primavera, los ardores del verano y los vientos del otoño, y a tus pies descansará la multitud que embriagada por tu belleza, hará que te sientas sencillamente perfecta.
Retirose a descansar el viejo maestro. Soñó con su obra y con el día en que la presentaría a la sociedad.

Y una voz le dijo: -Tranquilo, no sufrirá, le he quitado el corazón antes de que se lo robe otro dios.

Así creó la perfección.




 
Imagen tomada de internet.

sábado, 13 de julio de 2013

PAZ INTERIOR

Resbaló, cayó de mis manos. Se estrelló contra el suelo repartiendo mil reflejos de luz bajo mis desnudos pies. Una voz en mi interior avisaba de que no me moviera, no hiciera nada o podría clavarme algún trozo de cristal. En medio de todo aquél mar de brillos, una vida se debatía entre la misma y la muerte.

Atónito, absorto en mis pensamientos quedé hipnotizado, viendo como boqueaba, convulsionaba sin éxito para robar un poco de oxígeno y así seguir viviendo,  seguir soñando o simplemente seguir dando las mismas vueltas una y otra vez en su absurda existencia.

Descubrí el poder que en ese momento poseía: vivir o morir. Yo, sólo yo podía resolver qué hacer con ese espécimen. Divagué un poco más, lo suficiente como para que mi mente se alejara de esa habitación y me viera como un antiguo César de Roma, con el absoluto derecho a decidir quién puede seguir viviendo o quién debe morir.

Volví a mirar a ese minúsculo cuerpo. Apenas se movía ya. Recordé el día que me lo regalaron, siempre quise un perro, y llegó él. No sólo nos separaba una gruesa capa de cristal, también nos alejaba su mundo y el mío, tan distintos, tan iguales.

Él recogido en su apacible subsistencia y yo… ¡qué importa dónde me encontraba! Para algunos vivía en el limbo, para otros en los mundos de Yupi, para mí, vivía en un castillo de naipes, tan frágil y débil que temía respirar para que no se derrumbara.

No tuvo la culpa,  no pidió ser mi amigo. 

 Le perdoné la vida. Desperté de mis absurdos pensamientos justo cuando apenas movía la boca, ya no saltaba ni coleaba. Sin recordar mi aviso anterior pisoteé todos aquellos fragmentos de cristal con su vida entre mis manos, llené el fregadero de agua y lo deposité esperanzado de que no fuese tarde.

Han pasado unos días y el daño no parece ser muy grave. Desde la mesa de mi escritorio me observa, ve mi cuerpo estirado sobre la cama con los pies vendados, yo le pregunto:  - ¿Bien amigo?-
Y él como atendiendo a mi consulta, da un giro completo dentro de la pecera y plantándose frente a mí, parece responder:
-         -  ¡Bien amigo!-





domingo, 23 de junio de 2013

LAS AMIGAS DE LO SANO

Quien tiene un amigo, tiene un tesoro.


Me considero asquerosamente rica entonces. Poseo unos cuantos lingotes de un valor incalculable dentro de mi particular caja de caudales. La amistad, puede aparecer un día cualquiera a cualquier hora, no te avisa de su llegada, tampoco de su marcha, aunque se empeñe mi querida Anastasia en aniquilar la nuestra.

Leí no sé dónde, que no todas las amigas son para lo mismo. Me explico: están las confidentes, las del café, las de las risas, las de ir de compras, las del trabajo, las de pasar un rato… y así podríamos estar hasta el día del juicio final. Nada hablaba sobre las amigas de lo sano. Título honorífico con el que fuimos bautizadas por una de las componentes del grupo. Llamémosle Anastasia, aunque ese no sea su verdadero nombre, sólo unos privilegiados conocen el porqué de ese seudónimo.

Durante el tiempo que coincidimos desempeñando nuestro trabajo, no firmamos ninguna cláusula donde dijera que debiéramos ser amigas además de compañeras. Fue una libre elección, aprobada por unanimidad. Cinco vidas totalmente distintas, que consiguieron por unas horas formar una sola vivencia.

Un día cualquiera, apareció una idea en su linda cabecita:
-          Puesto que todas estamos sanísimas de la muerte… ¿por qué no comer todas juntas a una hora determinada?
Dicho y hecho.
Bendito whatsapp, se formó un grupo para convocarnos en la sala refectorio. A la 1 o’clock compartíamos una de las ensaladas más ricas  jamás imaginadas, hecha con cuatro ingredientes de un mísero catering de comedor de colegio. O sea, imaginación al canto.

En aquél pequeño comedor, nos concertábamos este saludable grupo. Era el momento más esperado por todas. Allí, sin prisas, sin gritos, sin niños que demandaran nuestra atención, compartíamos algo más que una ensalada con mucha lechuga.  Complicidad, risas, los momentos grises del día, los amarillos, los azules…, sueños, esperanzas, deseos…
Entre bocado y bocado, suertes y tristezas, fuimos forjando una amistad. Distintos niveles en la jerarquía hostelera: una cocinera, tres monitoras y una A.T.E, movidas por una misma pasión: disfrutar trabajando. Juro que la mayoría de las veces lo conseguíamos.

Ese grupo virtual, también sirvió para descargar tensiones y acabar o empezar el día con una sonrisa por bandera.

Las amigas de lo sano amenazan con volver.


¡¡¡¡Va por vosotras chicas!!! 



                                             


sábado, 8 de junio de 2013

LEYENDA






Pasó la noche a su lado. No le rozó para no perturbar su sueño. Esperó paciente, quieta, saboreando cada exhalación que de él escapaba. Sabía que pronto le regalaría el último.


Por la mañana, desde su rincón, vio cómo él se atusaba el largo pelo, rasuraba la barba y con un guiño de complicidad, se despedía de su propio reflejo. Él no se percató de su presencia.


Compartió el último desayuno y juntos iniciaron el viaje. Él seguro de su máquina, ella segura de lo que quería: al mejor. Antes de coger la curva ella sopló en su nuca, al final de la misma lo abrazó, convirtiéndolo en leyenda.



P.D.- Dedicado a un gran hombre, siempre estarás entre nosotros y con nosotros. A José Gallego.







domingo, 19 de mayo de 2013

ABRAZADOS



Despertar en la isla de tu pecho, me pilló por sorpresa. Siempre he dormido sola, en una cama grande, demasiado amplia para una sola persona. Recuerdo el día que la compré, la cara del vendedor era todo un poema, quería hacerme comprar fuera como fuera una más pequeña, atestiguaba que para una single era más que suficiente. ¿Qué sabrá este fulanito? Pensaba yo.

¡A ver, que me despisto!

¿Dormía o despertaba? Sé que estaba allí, en la línea donde se juntan tus lunares con mis besos. Me gustó regalarte la mañana, y que tú me contestaras susurrándole a mi oído. Alas en mis dedos aparecieron y volaron hasta tu rostro, posándose en tus ojos bajaron por tu recta nariz, recreándose en el perfil de tus labios, arrancaron una sonrisa que acompañó a la primera luz del alba.

Dibujé garabatos en tu espalda, un árbol pequeñito, una flor de cuatro hojas, una casa con humo en su chimenea, dos nubes, varios pájaros y un corazón enorme con tu nombre y el mío. De pronto me vi como cuando era pequeña, cuando dibujaba corazones en las paredes o en las hojas de mi libreta o entre las páginas de mi diario. Mi nombre y el de algún afortunado decoraba su interior, una gran flecha lo cruzaba y en ella escribía: amor eterno.

 Esta vez mi lienzo fue tu piel.

Empezamos el trueque de regalos. Me regalaste caricias y yo te di mis sueños, abriste el cofre de los abrazos y yo la caja de mis fantasías, depositaste en mi cuerpo todos los sentidos y yo te respondí con deseos. Y así, con mi universo y tu mundo emprendimos el viaje. Dejamos en el andén la maleta de las dudas, los miedos... Recorrimos abismos, montañas, mares y océanos, visitamos estrellas, constelaciones, galaxias…. Para terminar abrazados en aquella cama tan amplia, escuchando cómo hablaban los latidos al término de la madrugada.


Pintura sacada de internet.






jueves, 9 de mayo de 2013

CONCURSO PARA ÁGATA



¿Qué os parece?
Es llamativa. Transmite algo diferente, no es ternura, es fuerza.  No sé explicar muy bien lo que me ha cautivado, su color, su forma de vestir, su inmensa mirada....
Voy a por ella, ya os contaré.

martes, 16 de abril de 2013

TRES DESEOS



 ¡Aquí estoy, te quedan dos deseos!

Con esta frase me presenté en la choza de mi amor la noche de nuestro aniversario, envuelta en un provocativo conjunto y perfumada para la ocasión. Me esperaba con los brazos abiertos, la boca sedienta y los ojos llenos de hambre y ansiedad. No me llevó mucho tiempo descubrir el porqué de ese estado de perturbación.

-          - ¡Cariño, justo a tiempo! Saca las cervezas de la nevera y acércame el mando de la tele. ¡Date prisa, que empieza! -aulló desde el sofá.

Acababa de consumir el resto de deseos. Hice lo que me ordenó y después me fui a casa, con el único propósito de volver a mi lámpara.
Echó en falta mi presencia cuando acabó el partido. Me llamó abatido y desolado, su voz ahogada preguntaba dónde me encontraba. Por supuesto, mi respuesta fue de lo más glacial.

Se acabó hacer de niñera de un treintañero, cuya máxima aspiración en la vida era poder ver todos los partidos de fútbol habidos y por haber, ya juegue su equipo o no. Se acabó consolarle cada vez que éste pierda, se acabó el hacer de pañuelo de lágrimas. Se acabó. Ésa fue mi respuesta al otro lado del teléfono.

-          - No me lo creo. –Me espetó.
-         -  Haz la prueba. –Ataqué.

Me sentía con fuerzas para afrontar la batalla verbal, incluso de haber sido una lucha cuerpo a cuerpo, también hubiera estado a la altura. Aprovechando que la llamada la había realizado él, frívola que es una y llegados a este punto, vomité todos los desplantes y aguantes que he tenido que lidiar en estos tres años. Hasta yo misma me asombré de ver la cantidad de meses, días, noches, horas, minutos y segundos que había resistido a su lado.

Por suerte o por desgracia, nunca nos propusimos lo de compartir el mismo cuarto de baño. Ahora más que nunca me alegro de ello. Me ahorré el tener que hacer equipaje para emigrar a otro lugar, cual golondrina de Bécquer, o desperdiciar mis fuerzas en hacer lanzamiento de pertenencias del contrincante contra la acera. Con la mala suerte que tengo, incluso me denunciarían por ensuciar la vía pública. Así que con todo eso y más, finiquité nuestra conversación.

Promesas y más promesas me acompañaron el resto de semana: que había decidido cambiar, que estaba en esa fase madurativa, una oportunidad pedía como si de limosna se tratara. ¡Cambiar dice! Como no cambie de domicilio…

La decisión estaba tomada y adjudicada. Cada vez que veía una foto suya me preguntaba:
-         -  A ver hija, ¿puede saberse qué era lo que veías en él? – Por supuesto no obtenía respuesta. Ya se sabe que el amor es ciego, y el mío además loco.

No hay que decir que pasé por todas las fases de desenamoramiento: lloros, lamentos, falta de apetito, risas incontroladas seguidas de más lloros y una tristeza absurda. Hasta que un día me lo encontré de frente, acompañado de unas largas piernas, ojos morunos y un cabello al viento, que nada tenía que envidiar el indio de “Bailando con lobos”.

En ese instante se me quitó la tontuna y el estado de gilipollez transitoria al que había sido sometida por culpa de un enano semidesnudo, alado y ciego.







domingo, 31 de marzo de 2013

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS


Llego tarde, más que tú cuando  lo hacías en clase y entrabas acompañada de ese misterio que te hacía tan especial, ocupando el último sitio al final del aula. Yo vigilaba tus movimientos con ese disimulo que disfraza la chulería adolescente. Notaba cómo te escapabas por la ventana, siempre me pregunté hacía dónde viajabas. 
Percibía cómo tu pelo ocultaba tu rostro, tu timidez, tu lánguida mirada. Esa manera de caer sobre tu frente, en desordenada cascada. Me detenía en tu boca sellada, escondiendo sonrisas, palabras, sonidos… Me obsesioné con tus manos, las veía pequeñas para tu edad, frágiles, escondían secretos, siempre lo supe.

Hoy te echo de menos, te busqué al final de la clase. No estabas. Miré el reloj y después a la puerta, pasaban ya de las 10. Intuía que no vendrías, mas no podía dejar de hacer ese juego de reloj-puerta, puerta-reloj. 

A mi mente llegó un vago recuerdo: la primera vez que te vi.
Llegaste acompañada del chico más llamativo de todo el instituto. Sus tatuajes, sus piercings y su aureola de chico malo gritaban: -¡cuidado conmigo, chaval! Caminabas a su lado, segura de todo y de todos, menos de ti misma.
Posé mis ojos en los tuyos y nunca más pude dejar de hacerlo. Adoré tu voz aunque sólo la oí una vez y fue para decirme: -¿qué miras, imbécil?
Quise contestar, me quedé en blanco dándome cuenta de que había sido noqueado por una niña, porque sólo eras eso para mí. Yo era el rey del momento, el chico más popular, el centro de todas las chicas y sin embargo… me quedé en ti.

No te dabas ni cuenta de que cada mañana te acompañaba hasta tu sitio, me quedaba escuchando tu silencio, oía hablar a tu mente, sentía los latidos de tu corazón, rozaba tus manos, y sin pensarlo, besaba tus labios. Ignorabas mi presencia tanto o más que el resto la tuya. Escribía cartas, poemas, canciones, todas iban dirigidas hacía la misteriosa chica que me tenía atrapado en su tela de araña. Nunca te las entregué, hoy me arrepiento. ¿Qué hubiera pasado de haberlo hecho? ¿Estarías aquí conmigo, ahora?

Mi verborrea se silenciaba cada vez que hacías acto de presencia, mis movimientos se volvían torpes si estabas cerca. En cambio tú, parecías flotar, avanzabas por los pasillos como un espíritu libre, nadie se percataba de que estabas, sólo yo. Ese anonimato te daba la seguridad, el cobijo del que se resguarda del miedo. Pasabas desapercibida y eso te gustaba. Lo disfrutabas. Hasta que un día te fijaste en mí y me regalaste aquella frase, difícil de olvidar.

Hoy estoy aquí entregándote esta carta. La que tenía que haberte dado en su momento, no ahora que es tarde, demasiado tarde. Cuando la profesora entró esta mañana acompañada de una mala noticia, instintivamente, empecé a echarte de menos más que nunca. Al fin conseguiste evadirte, liberarte, volar. Aunque ya no lo sepas , te convertiste en verbo.