Margaritas en mi balcón. |
Era una mujer de bandera. No muy alta, caprichosas
las curvas de su talle y un andar que llevaba de cabeza a más de un vecino del
edificio, incluido mi padre, todo hay que decirlo. Su voz cantarina, angelical,
te trasladaba a otros tiempos, a los suyos, cuando sin querer recordaba en voz
alta sus correrías de niña bien. Su risa contagiosa inundaba los espacios, y
yo, la miraba diciéndole: -¡qué gracia tiene usted, señorita Luisa!
Nunca
se casó. Tampoco se le conoció varón alguno.
Ella
hablaba de un primer novio que marchó a Cuba. La dejó con la esperanza
encendida y drogada de promesas. Cuando hablaba de él, lo hacía en forma
posesiva: mi Juan. Nunca supo de su existencia por aquellas tierras. Sin
embargo, lo esperó cada día, cada amanecer. Rechazaba a todos y cada uno de los
pretendientes que a su puerta venían a pedirle relaciones. Sólo una excusa:
esperaba a su Juan.
Decía
que fumaba porque el olor a tabaco le recordaba a su hombre. Lanzaba el humo
hacía arriba, como una chimenea. Tenía una teoría para ello: “son señales de humo,
para que él las vea y pueda volver”
A la
salida del colegio, pasaba las tardes en su casa. Me gustaba merendar allí.
Nuestras conversaciones las terminábamos hablando de chicos. Sus confidencias,
las mías. No podíamos evitar la risa floja cuando nombrábamos al vecino del 1º
A. Manuel, se llamaba el sujeto, también la quiso como su mujer. – ¿Dónde voy
con ese hombre que utiliza los libros para las patas de la mesa? -¿Acaso no hay
en todo Pinto un hombre tan culto como mi Juan? Apuntaba como recitando un poema de Rosalía de Castro,
y al mirarme, yo no podía contener la risa y estallábamos al unísono en una
sonora carcajada.
Los
años se fueron sumando en su osamenta. Yo, ya no iba al colegio. Me había
convertido en toda una mujer. Las meriendas de leche y galletas, dieron paso a
cafés y a tabaco. La amistad creció entre nosotras, la complicidad fue en
aumento. Me convertí en su compañía y ella en la mía. Conocí a un hombre, me casé, me divorcié, hubo
cambios en mi vida, de un modo u otro formó parte de ella. Volví a mi antiguo
hogar, un pisito justo encima del de la señorita Luisa. Es curioso, siempre la
llamé así.
Poco a
poco fue marchitándose. Los enamorados también fueron decayendo. Su pelo ya no
lucía tan rubio y brillante, su cara reflejaba los signos de la edad. Su cuerpo
ya no mostraba la lozanía de antaño. El tiempo fue dejando huellas a su paso.
Se fue apagando, como una lucecita que ves alejarse y hacerse más pequeña.
Aún hoy
recuerdo cómo su voz melancólica me indicaba en sus últimos momentos: - ¡Ay,
Aurorilla! una vez le grité a mi locura y ésta me abandonó, desde entonces la llamo
a susurros para que vuelva- No podía más que sonreírle. Entendía perfectamente
lo que quería decir. ¿Por qué no marchó con él?
Unos
minutos antes de cerrarle los ojos a la vida, cogió mi mano y sonriendo me
confesó que acababa de encontrarla y con ella marchaba para no volver. Con un
gesto de silencio se fue. La miré por última vez y pude contemplar que no
mentía. Encontró a su locura o a su Juan. Encontró a su amor.
Con la esperanza encendida y drogada de promesas... Precioso!!
ResponderEliminarSe puede decir tanto en una sola frase??
Un relato lleno de una vida esperando... por un amor.
Enhorabuena minina mia.
Un beso desde el sur!!
Todo queda dicho en una frase.
EliminarGracias Manuela, qué alegría me da verte por aquí.
Un abrazo, corazón.
Qué historia más linda!! y qué triste, yo creo que ya en estos tiempos que corren no quedan esas esperas, amores grandes sí, pero pasado un tiempito... a rey muerto, rey puesto. Es la vida.
ResponderEliminarMe ha encantado comenzar el día de hoy leyendo este relato.
Besitos.
El tiempo junto con el corazón es el que manda, amiga mía.
EliminarA mí me ha encantado verte pasar y comentar.
Un fuerte abrazo, Maite.
Iba a decir que fue una vida triste pero igual ella no estaría de acuerdo conmigo. Si conservó la ilusión de volver a verlo hasta el último minuto, al menos tuvo eso. Otros/as ni eso tienen.
ResponderEliminarMuy bonita la historia.
Besos.
Soy de tu misma opinión. Quién sabe si fue feliz o no en esa espera. El amor es tan complicado, amiga Ohma!!!
EliminarUn placer tu visita, como siempre, corazón.
Un fuerte abrazo.
Ay que historia tan tierna, Aurora...esos amores que se marchaban y ellas esperaban sin conocer varón ni nada que les pudiera distraer del centro de sus amores obsesivos.
ResponderEliminarBonito relato.
Un beso grande!
Son corazones obsesivos, nunca mejor dicho.
EliminarGrande es tenerte aquí, Pilar.
Un fuerte abrazo.
Una bella y eterna historia de amor..que a pesar de que los años pasen,siempre tiene vigencia!
ResponderEliminarEs verdad, Luni!! No caducan y no pasan de moda.
EliminarGracias por comentar, guapetona.
Te mando un abrazo.
Me recordó a Penélope...hermosa prosa con tintes poéticos.
ResponderEliminarbesitos
soni
Sí, es verdad.
EliminarAunque te confieso Soni, que me inspiré en la protagonista de la novela de Zoé Valdés: Te dí la vida entera. La leí hace más de una década y todavía hoy me sigue causando sensación.
Gracias por tu visita, corazón.
Un gran abrazo.
Ay tía, me has dejado tristorra! Precioso relato, con un final, aunque triste, feliz.
ResponderEliminarMe da pena esa gente que se someten a un amor que se fue y nunca volvió. Y ell@s siguen ahí fieles, como Penélope en la estación, esperando que en cualquier momento vuelvan. Y toda la vida esperando...buf! Qué pena, joer!
Hay quien se dedica a esperar la llegada de ese amor, olvidando el resto del mundo. Se recogen en esa espera y se acomodan para ser felices así: esperando.
EliminarGracias tocaya, por leerme.
Un fuerte abrazo.
Un cuento muy bonito,amiga, con la belleza que tiene lo triste....has llevado perfecta la narración hasta el final, colega. Perfecto.
ResponderEliminarSaludos.
Yo también llego a ver belleza en la tristeza, amigo Castelo.
EliminarSiempre agradezco tu comentario, compi.
Un fuerte abrazo.
Ese amor tan intenso convertido en un estado de permanente espera, no tuvo el final que merecía, pero ella amó. Y lo hizo como sólo muy pocos pueden hacerlo, vivió hasta el último de sus días con el corazón enamorado.
ResponderEliminarEste es, uno de los relatos más bonitos que he leído y te felicito por ello.
¡Saludos!
El amor nos hace grandes, fuertes ante las adversidades.
EliminarPor eso hay personas que aman intensamente hasta el final de sus días.
Gracias por tu comentario, Juan Carlos.
Saludos.
Es una historia a la antigua de las que quedan pocas, capaz de esperar a su amor toda la vida..................precioso!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Isabel
De las antiguas, sí, lo es.
EliminarGracias por comentar, Isabel.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho la historia y tu forma de relatarla. La señorita Luisa fue una Penélope más.
ResponderEliminarSi al fin encontró a su Juan, la espera, quizá, valió la pena.
Besos
Me alegro de que te haya gustado, Trini.
EliminarHay muchas Penélopes en este mundo, ainsss.
Aunque esta se reunió con él, te lo aseguro.
Un abrazo.
Existe algo muy hondo en esas historias que parecen sencillas:
ResponderEliminaruna extraña grandeza que no acaba de ser exaltación, tragedia, paz, como una vida llenándose de belleza y de daño. Por eso tu recuerdo que narras de una manera exquisita y sencilla es tan triste y tan hermoso.
Salud!
Es precioso eso que dices, Funámbulus.
EliminarAgradezco mucho tu visita.
Saludos.
Que bonita entrada! Me ha gustado mucho un beso te sigo me gusta como escribes.
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro de que te guste, Daniela.
EliminarBienvenida. Un placer tenerte por aquí.
Besos.
¡Qué bonita entrada Auroratris! Me encanta cómo escribes y describes. Me gusta mucho la historia de la señorita Luisa, se nota que el vínculo que teníais era más fuerte que el tiempo y el silencio.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Un beso.
Luna Plateada
Hay vínculos tan fuertes que nada ni nadie puede deteriorar.
EliminarEl placer es tener tu visita, Luna.
Un abrazo.
Me has maravillado amiga mía.
ResponderEliminarUna historia entrañable, con unos personajes que laten en cada palabra.
Las letras te cortejan, sigue diciéndoles que sí.
Besos.
Gracias amiga mía.
EliminarTú no dejes de cortejarme también, jejeeje.
Un fuerte abrazo.
¡Maestra! No digo más.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Eva.
EliminarGrande es que me visites.
Un abrazo.
Luisa ¿donde estas?
ResponderEliminarHola Fernando.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
Saludos.
Una historia muy triste, Aurora, pero me queda un sabor a luz y a margarita.
ResponderEliminarbesos
Siempre queda una luz de esperanza.
EliminarGracias amigo Luis, tu visita siempre es un placer.
Abrazos.