Despertar
en la isla de tu pecho, me pilló por sorpresa. Siempre he dormido sola, en una
cama grande, demasiado amplia para una sola persona. Recuerdo el día que la compré,
la cara del vendedor era todo un poema, quería hacerme comprar fuera como fuera
una más pequeña, atestiguaba que para una single era más que suficiente. ¿Qué
sabrá este fulanito? Pensaba yo.
¡A ver,
que me despisto!
¿Dormía
o despertaba? Sé que estaba allí, en la línea donde se juntan tus lunares con
mis besos. Me gustó regalarte la mañana, y que tú me contestaras susurrándole a
mi oído. Alas en mis dedos aparecieron y volaron hasta tu rostro, posándose en
tus ojos bajaron por tu recta nariz, recreándose en el perfil de tus labios, arrancaron
una sonrisa que acompañó a la primera luz del alba.
Dibujé
garabatos en tu espalda, un árbol pequeñito, una flor de cuatro hojas, una casa
con humo en su chimenea, dos nubes, varios pájaros y un corazón enorme con tu
nombre y el mío. De pronto me vi como cuando era pequeña, cuando dibujaba
corazones en las paredes o en las hojas de mi libreta o entre las páginas de mi
diario. Mi nombre y el de algún afortunado decoraba su interior, una gran
flecha lo cruzaba y en ella escribía: amor eterno.
Esta vez mi lienzo fue tu piel.
Empezamos
el trueque de regalos. Me regalaste caricias y yo te di mis sueños, abriste el
cofre de los abrazos y yo la caja de mis fantasías, depositaste en mi cuerpo
todos los sentidos y yo te respondí con deseos. Y así, con mi universo y tu
mundo emprendimos el viaje. Dejamos en el andén la maleta de las dudas, los
miedos... Recorrimos abismos, montañas, mares y océanos, visitamos estrellas,
constelaciones, galaxias…. Para terminar abrazados en aquella cama tan amplia,
escuchando cómo hablaban los latidos al término de la madrugada.
Pintura sacada de internet. |