Cada vez estoy más convencida de que el Mercadona de
mi pueblo iba destinado a ser un centro de SPA. Una vez vistas las
instalaciones, el entorno y la ubicación, desistieron de su empeño y todo quedó
reducido a ser lo que ahora es: su supermercado de confianza.
La impronta de la primera idea quedó marcada.
Realizar la compra en él, es como ir a un balneario para formar parte de un
programa llamado (en este caso y por tratarse de un pueblo) “circuito rústico”.
La zona thermalium quedó relegada al parking: calentito,
agobiante, asfixiante, el vapor de agua lo sustituimos por los gases del motor,
ya sé que no es lo mismo, pero…. hay que echarle imaginación ¿no?
Una vez dentro de dicho súper, empezamos a formar
parte de ese río de masa humana dejándonos llevar por la corriente.
Llegamos a la zona de los congelados. No hay que
tardar en decidir qué tipo de croquetas quieres llevar a casa: también te
puedes llevar un constipado. Después de la sudada, se te enfrían las neuronas.
Pasamos al solárium, también conocido como:
perfumería. ¡Qué focos más potentes! Te permite sacar las gafas de sol y todo.
Es aconsejable dejar el carrito en el centro del pasillo y lanzarte a coger el
artículo deseado en décimas de segundo, si alargas el tiempo puedes padecer una
insolación.
Sólo nos queda visitar la zona de caja. La cola
transcurre entre achuchones y apretones, se podría decir que es mismamente un
masaje antes de abandonar el local y volver a la zona thermalium para relajarse
y salir de allí pitando.
Cuando llegas a casa con tu compra ¡no te espera un
capuchino, no! Mientras vas colocando,
se cruza un pensamiento: en la próxima visita llevarás albornoz y gorro y
chanclas de piscina, igual sin pretenderlo patentas una nueva forma de hacer la
compra. Mirándolo bien, mi Mercadona conseguiría ser lo que en un principio: un
centro de spa, pero sin agua.