Juana de Arco. Dante Gabriel Rossetti (1882) |
Tercer día.
-
Llevo todo
el día en la cama. Ha venido el médico. Jajaja, me rio por no llorar. Adivina,
no sabe lo que tengo. Cree que es algún virus. ¡Qué sabrá él! La fiebre me hace
delirar.
En momentos
de lucidez, como ahora, aprovecho para escribir. En otros, desconozco dónde me
encuentro, no reconozco las caras que me rodean, parecen enfadados conmigo, me
gritan algo que no consigo descifrar. Mi nombre no es tal, creo que no saben
cómo me llamo, me acusan no sé muy bien de qué.
Ya no puedo
escribir, ahora todo está en mi pensamiento. Nadie sabrá jamás qué pasó. Tú te
quedarás a medio terminar, no podrás contarle a mi familia qué fue lo que me
ocurrió.
-
¡Retráctate de tus palabras, Juana! Eso evitará que te quemen en la hoguera por
hechicería y brujería.
- Me hablan, me dicen lo que tengo que hacer.
No puedo decir que no las oigo, no puedo renunciar.
- Nada podrá
salvarte de morir quemada. Ante este tribunal eclesiástico eres una hechicera.
- Ellos me
dijeron cómo tenía que combatir, cómo conseguir que el delfín fuese coronado
rey de Francia. Esas voces me ayudaron a conquistar las victorias.
- Así pues,
está decidido: serás quemada en la hoguera por herejía.
La plaza del
mercado de Ruán, está atestada de gente. Todos esperan mi ejecución. Estoy
asustada. Me encomiendo a Dios. ¿Por qué no viene en mi ayuda? ¿Dónde estáis
voces? ¿Por qué me habéis abandonado?
El fuego ha empezado a prender poco a poco. Va
tomando cuerpo con prisa, sus lenguas me queman la planta de los pies, alcanzan
mis ropas, no puedo soportar el dolor. Creo que voy a desmayarme de un momento
a otro. No siento nada, ¿Qué ha pasado? No oigo, no veo. Es como si flotara, he
abandonado mi cuerpo. Ha sido liberada mi alma.
Veo sobre la
cama mi cuerpo inmóvil. Todos se hacen la misma pregunta: ¿qué fue lo que la
mató? El médico está desconcertado. No encuentra una explicación a mi muerte.
Tú tampoco puedes ayudarles mucho, cuando te encuentren creerán que tomaba
alucinógenos. Seguramente darán carpetazo diciendo que fue una sobredosis.
-Señorita Guzmán, ¿ha dormido bien durante
esta clase? Me obliga usted a llamar a sus padres y tener una reunión con
ellos. ¿Está usted enferma o ha pasado mala noche?
- He sido
poseída por el alma de Juana de Arco-. Me limité a decir.
Se echaron a
reír a mandíbula batiente, creo que hasta el profesor de historia lo iba a
hacer. Se contuvo en el último momento y en vez de eso me mandó derechita y sin
pasar por la hoguera a jefatura de estudios. Me levanté agradecida, contenta y
no me importaba nada lo de llamar a mis padres. Todo había sido un mal sueño
que había conseguido dejarme un mal cuerpo y un extraño olor a carne quemada.
Buenas
noches, mi querido diario.